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ISSN 1989-4163

NUMERO 15 - SEPTIEMBRE 2010

Fin

Diego Prado

Autor: David Monteagudo. Editorial Acantilado, 350 Pág.

            David Monteagudo es uno de esos extraños casos que, de tarde en tarde, sorprenden con la guardia baja al mundo literario. Bien entrado en la cuarentena, autor tardío y hasta ayer mismo inédito, empleado en la cadena de montaje de una fábrica de cajas, Monteagudo rompe con todos los preceptos y clichés supuestamente habituales de la carrera literaria convencional. Sin el aval de un premio, sin contactos editoriales, valiéndose solamente de su tesón y de varias obras escritas, este autor gallego afincado en Villafranca del Penedés desde hace años ha logrado con “Fin” la atención de la crítica y el éxito entre los lectores, contra todo pronóstico. Incluso parece que Amenábar ya se ha interesado por los derechos. Pero, ¿qué tiene “Fin” para llegar y besar el santo a la primera? Por lo pronto se nota la mano de un escritor ya curtido, reposado y sin prisa por emerger, que ha tenido tiempo de rumiar bien la historia y enfocarla como deseaba, sin la presión a la que debe hacer frente un autor ligado muchas veces a unos plazos de entrega o al cumplimiento de un contrato. En cuanto al texto, nos hallamos ante una novela decididamente apocalíptica, una obra desesperanzada que, tras una falsa apariencia de novela generacional, nos envuelve en un entramado psicológico no exento de horror y tensión, todo ello perfectamente medido. Se han citado autores como Cormac McCarthy, Bradbury o incluso nuestro Sánchez Piñol como posibles influencias, afinidad quizá aceptable si tenemos en cuenta el mundo desolado y crepuscular que se nos presenta. No puede afirmarse lo mismo en lo que al estilo respecta, que en el caso de Monteagudo es conciso, cinematográfico, directo y sin grandes alharacas léxicas.

            El argumento es simple: un grupo de viejos amigos se reúne en un refugio de montaña 25 años después para pasar un fin de semana. Todos ellos guardan algún secreto, algún rencor del pasado, alguna fisura vital. La complicidad de antaño se ha evaporado y sólo un oscuro episodio compartido en los años de juventud (un suceso que nunca se especifica por completo) es todo cuanto les une. En mitad de este forzado encuentro, un acontecimiento aparentemente anodino (un apagón) desencadenará todos los miedos y obsesiones de los personajes mientras un peligro exterior se cierne sobre ellos. Deudor de las viejas novelas de misterio por entregas, Monteagudo sabe enganchar al lector desde el inicio, arrastrándolo poco a poco a una vorágine de tensión e insana premonición. Para ello se vale de un elemento muy usado en el cine actual y en cierta literatura clásica de terror (Maupassant o Poe, sin ir más lejos): la amenaza de lo desconocido, de lo que no se puede explicar ni precisar. En “Fin” todo está más sugerido que dicho, sus múltiples puertas más entornadas que abiertas, y todo presidido por ese miedo ancestral y eterno que nos hace echar aún un vistazo bajo la cama.

            En definitiva, “Fin” es una novela que se lee sola, correctamente construida y básicamente dialogada, a la que quizá se podría achacar cierta falta de ambición verbal, todo lo cual no desaconseja su amena lectura ni resta méritos a sus detalles subjetivos.   

Fin

 

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